La opinión pública tiene un mal concepto de los picadores en la plaza y los picaderos en la ciudad porque imagina –aquí nadie ha visto, alquilado o visitado un picadero– que son apartamentos de 30 metros cuadrados a lo sumo, con una nevera donde siempre falta de todo y sin fotografías enmarcadas de los niños.
Estimada opinión pública: los picaderos no son lo que parecen.
De entrada, un picadero dinamiza el ambiente rutinario de las comunidades de vecinos, sin el riesgo de suponer un caballo de Troya. Los o las arrendatarias de picaderos suelen ser personas muy consideradas con el descanso vecinal, como demuestra su tendencia a mantener dichos encuentros en la franja diurna de la programación televisiva y no a las tres de la madrugada, como sucede, en cambio, en los pisos habitados por solteros, divorciados, viudos o casados y sin compromiso.
Los picaderos carecen de animales domésticos, lo que descarta ladridos, maullidos, rugidos y trinos molestos, salvo, claro está, visitas agradecidas a las que no es cuestión de silenciar su libertad de expresión.
–¿Te importaría fingir que tienes un orgasmo sin gritar tanto?
A diferencia de las viviendas ordinarias, los picaderos desaconsejan un futuro en común y realzan el presente de la humanidad. A nadie se le ocurre, por ejemplo, sugerir que les falta algo, ni un “no sé, yo cambiaría este cuadro o colgaría en este rincón un grabado taurino de Goya y Lucientes”. No hay riesgo, tampoco, de dar con un diseño firmado por Lázaro Rosa-Violán.
Y entonces, ¿por qué aconseja a su amigo adinerado que indague la posibilidad de convertir un piso “de esplendor modernista” en un picadero?, se preguntará el lector, la lectora o un inspector del patrimonio artístico de Barcelona.
Muy sencillo: un picadero modernista, a diferencia de los pisos turísticos, permite a un número elevado de visitantes mirar no a Cuenca sino a un techo, una vidriera o un mural de un artista notable y recuperado.
Se trata, en definitiva, de acercar el modernismo a los y las turistas que, habiendo visitado la Sagrada Família, el Park Güell o la Pedrera, quieran experimentar un modernismo más personal. ¡El modernismo sensorial!
Yo lo único que le he advertido a mi amigo es que se informe de las ordenanzas municipales, porque estamos en periodo electoral, no sea que alguna plataforma reivindique expropiar los picaderos y destinarlos a equipamientos vecinales.
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