Historias del alquiler
«Decido irme de la casa y me insulta. Me entero de que no es la casera sino otra alquilada. Es un subarrendamiento, pero no puedo denunciar»
•»Encuentro un piso para compartir en el que viven dos señoras mayores. Tenía también que compartir el armario con una de ellas, pero bueno, es lo que había. Era eso o dejar el máster»
•»La dueña me puso horario de sofá: a las 15:00 sentarme porque ella dormía la siesta. Me puso horario de Wi-Fi. A las 11 de la noche me lo apagaba. Otro día sin más me dijo: ‘¿Qué duro salir a la vida real, verdad?'»
•»Tras muchos pisos y decepciones, psicológicamente acabé destrozada. Tuve que volver a Murcia. Perdí el dinero de más de dos semana de hostales y el dinero de mitad de mes del piso. Y lo más triste, un desgaste emocional y psicológico bestial»
Encontrar una habitación decente para alquilar se puede convertir en un infierno.
Mi historia comienza cuando decido marcharme de Murcia a Madrid a estudiar un máster. Tras infinidad de días buscando piso mediante llamadas y correos, encuentro uno y lo acepto. Pero tenía que subir ese mismo día a verlo o no firmaba contrato. Lo veo y el armario estaba en unas condiciones nefastas, con las puntillas fuera ya que le faltaban varias partes, sin puertas,.. Le comenté a la casera que me quedaba la vivienda si pintaba las paredes (estaban arañadas) y arreglaba el armario. Me dijo que sin problema, pero tenía que empezar a pagar ya. Era julio, entraba en octubre, pero acepté. El contrato me lo daría cuando
Por fin llegó el gran día, despedidas infinitas, sentía un medio increíble, pero también una gran ilusión por empezar el que iba a ser un año inolvidable. Voy con todo el coche cargado y a rebosar de nervios.
Cuando llego me recibe la que era mi compañera de piso. Sorpresa 1: el armario seguía con sus púas a la vista, sin puertas, todo sucio, con bastoncillos tirados, desodorante.. Aún así, con toda mi decepción decido ir a comprar productos para limpiar aquel caos.
Sorpresa 2: la casera no hizo bien las las llaves y me quedé en la calle. La llamo y le comento el tema de que el armario no es lo que acordamos y que estaba en la calle. Su respuesta fue:»Mira, para no tener más problemas del piso, te vas. Esta noche te llevo el dinero y en un par de días dejas la casa». Por la noche, cuando llega, tenemos una pequeña «conversación», en la cual me llegó a gritar. No me cambió el armario porque a ella le parecía «divertido». Estaba roto, joder. Y le pagué 400 euros cada mes.
Finalmente me devuelve el dinero y un par de días después, tras mil visitas a inmobiliarias y pisos de pena, encuentro uno en el que viven dos señoras mayores. Tenía que compartir armario con una de ellas, pero bueno, es lo que había. Era eso o dejar el máster. Me dijeron que mas adelante se firmaría el contrato.
Los primeros días era todo guay, raro pero guay, hasta que llegó la siguiente gran experiencia de Madrid. Una de ellas, la que se supone que era la dueña, me puso horario de sofá: a las 15:00 yo no podía estar ahí porque ella dormía la siesta. En el sofá no se podía comer ni tomar nada. Además, ponía música a todo volumen cuando estaba viendo la tele.
Cosas particulares, sí. Hasta que un día, tras dos meras semanas, me pide que hablemos: Me echa del piso. El piso era pequeño para tres personas. Me da una semana para encontrar algo.
Pasaron unos días y la convivencia fue imposible. Me puso horario de Wi-Fi, sí, surrealista. A las 11 de la noche me lo apagaba y, una vez, me lo apagó en mitad de un examen online. Otro día sin más me dijo: «¿Qué duro salir a la vida real, verdad?». Tal como lo cuento.
Entre tanta desesperación buscaba pisos. Encontré uno en el que me pedían 500 euros por la habitación porque tenía cama de matrimonio. Fui a verlo. Eran dos camas individuales juntas.
Fui a ver otra habitación en otro piso. No me hacían contrato. El aparato del Wi-Fi se lo llevaba cada vez que salía del piso. Me prohibía que tuviera visitas. Todo tenía que estar tal cual lo dejaba ella. Tenía que aguantar que un fin de semana su primo con su mujer se quedaran en el piso y otro fin de semana los que venían eran su hermana con su marido. Con este plantel, le dije que no me quedaría. Me bombardeó el whatsapp y el correo pidiendo explicaciones de por qué no quería quedarme.
Tras lo insostenible que era todo llamé a mis padres para que vinieran a por mi e irnos a un hostal. Le pido a la casera que me devuelva el dinero, por no terminar el mes. Me dice que no. Comienza a insultarme. Llega mi madre. Termino de recoger. Al irnos vuelve a insultarme: «Gilipollas, maleducada, imbécil, desagradecida». Hablo con el conserje del edificio. Me entero que no es la casera sino una alquilada. Se trata de subarrendamiento, pero no puedo denunciarlo.
Con toda mi impotencia llego al hostal entre lágrimas, veía como todo mi sueño estaba siendo pisoteado. Aún así no pierdo las ganas. Voy a visitar más pisos. Uno de ellos tenía el frigorífico en el pasillo. Cuando llego a visitarlo no lo puedo ver porque porque la puerta estaba cerrada con una cadena. En teoría, el piso era de estudiantes, la más joven tenía 50 años.
Me voy a ver otro. Para poder abrir el armario tenía que sacar la silla de la habitación. Un poco más y no cabía yo misma ahí.
Tras muchos pisos y decepciones, psicológicamente acabé destrozada. Tuve que volver a Murcia. Perdí el dinero de más de dos semana de hostales entre todos los casos. Una academia de inglés (Te-Sis), la cual me hizo pagar todo el año y a pesar de la situación no me quiso dar soluciones. El dinero de mitad de mes del piso. Y lo más triste, un desgaste emocional y psicológico bestial.
Ojalá esto sirve algo. Ojala mi historia pueda ver la luz aunque a día de hoy me sigue llenando de rabia.
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